Horrible mundo de padres


eternacrisis

No me considero una persona especialmente negativa, sí es verdad que incluso involuntariamente no puedo evitar hacer un análisis crítico sobre todo lo que me circunda pero no lo hago necesariamente, como digo, en términos negativos, por el contrario me gusta mostrarme positivo y desde luego siempre me ha producido rechazo la gente que sólo se dedica a despotricar sobre todo sin aportar ninguna solución pero con este tema no puedo. Soy padre desde hace más de seis años y me cuesta verle el lado bueno al asunto. No me refiero obviamente al mismo hecho de ser padre que en mi caso y con mis agotamientos varios supone una impagable fuente de autoestima sino a la circunstancia de tener que compartir condición con unos congéneres progenitores que sinceramente me sacan de mis casillas. En realidad no es que sean todos los padres inaguantables (no más que yo) pero sí que lo es el tufillo contemporáneo e insoportable de los haceres materno paternales con los que me ha tocado convivir.

Para empezar esa visión idílica pastelonada que lo inunda todo sobre el hecho de ser padre. Todo está envuelto en un inmenso lazo rosa con niños rubísimos corriendo en una fotografía a contraluz. Y si no lo ves así tienes un problema, eres un padre condenable  a galeras con unos niños santísimos que no merecen lo que les ha tocado y estarían a mejor resguardo con otro progenitor, uno de los del lazo rosa. Y uno sólo reivindica su derecho a no ser perfecto y a pertenecer al club de los comprendidos que se equivocan del que son miembro de honor casi en exclusiva los niños.

Pueden ponerse ejemplos de lo que significa ser padre hoy, al menos en mi contexto. El contubernio se las estira que no veas. Los churumbeles monísimos no hay más que verles, saben física cuántica antes de llegar a la primaria, futbolean como Messi y son futuros medallistas olímpicos. Luego la realidad es la que es y el hijo tiene nuestra cara de acelga, se atasca con las sumas y corre menos que un caracol en huelga pero de eso nada, que no se sepa, taparlo bajo 7 kilos de cemento y lo que sea más reivindicable lo anunciamos con banderas, que se oiga y vea bien en una operación de restriegue colectivo que entre padres que compiten como brokers de Wall Street  termina por resultar de lo más hilarante. Y llegamos al proceloso mundo del cumpleaños, las ceremonias anuales para con nuestros queridísimos retoños que hemos terminando pedorreando hasta convertirlos en festivales de eurovisión. Aquí la que invita es la madre, el niño qué va a saber si es pequeño, entonces dejamos fuera de la celebración  a la cuchipandi rival niños incluido o sino a este o al otro que no nos invitó o que tenemos cruzado, se lleven como se lleven los niños de marras que son los que deberían elegir. Si no es esto es las invitadas  masivas, a toda la clase y si me dejan a las clases de todo el colegio de toda la ciudad y de toda la madre tierra para que el mundo caiga rendido a la popularidad de  mi vástago, a la mía propia para entendernos. Y ya puestos exigimos regalazo o regalazos para que el Jorgito se tire media fiesta abriéndolos pasando por la jeta de todo el que lo quiera ver que en este centro cristiano mi chiquitín a sus seis años tiene más patrimonio que todo el áfrica subsahariana.

Esto de los cumpleaños es sólo la punta del iceberg del cuasi acoso atencional y asistencial que nos calzamos hoy en día con nuestra descendencia. Si ya los mayores no dejamos de ser adultos mimados materialmente hablando imagínense lo que son nuestros queridísimos. Se aconseja constantemente no atender todos los deseos del nene pero educarle mínimamente en esto supone convertirle al niño y a nosotros mismos en héroes de la contrarrevolución anticapitalista bolivariana y terminamos por sucumbir al delirio occidental de sobresatisfacernos para que la rueda consumista que lo sostiene todo no se pare. El niño ya no se cae y se hace pupa porque antes ya hemos puesto la mano, el brazo y hasta el careto mismo para que haga de colchón y así los golpes sean para ellos una entelequia y el dolor un fugaz compañero que nunca se interioriza ni del que se llega a aprender algo.

Y así, después de todo este proceso nos topamos con el padremadre moderno. Generalmente el colegio es un hábitat en el que se manejan mejor las madres, acaparan los chats grupales en los que todo es más falso que un billete de madera. Se cuelgan memes de gatitos y bebés gordos, se pregunta por un  jersey perdido y organizan los referidos cumpleaños y eventos varios. En las llevadas y recogidas de los alumnitos son también las madres las que manejan el cotarro y aglutinan la sociabilidad del asunto. Siempre hablan más alto y se mueven con más soltura frente al género masculino en el que prolifera el PPB, o sea el padre de perfil bajo, el único que pulula en este entorno porque el de perfil alto o no se deja ver por estos lares o directamente no existe. En los acontecimientos colegiales, cumpleaños y fiestas de guardar  los progenitores machos deambulan como satélites descacharrados con un punto de desconcierto mientras miran al móvil sin parar y se atreven con una cerveza sin orbitando sin parar en torno a sus mujeres que lo  organizan  todo y hasta abren las botellas con las orejas mientras untan las rebanadas sin dejar de relacionarse por ello unas con otras. Por lo demás y en esto ya incluyo a hombres y mujeres la sociabilidad no puede resultar más antipática, máxime en estas tierras vascas que tenemos en ello un auténtico talón de Aquiles. Lo más que se llega es a conformar pequeños núcleos  paternofiliales en relación a niños pretendidamente amigos entre sí o unidos bajo ciertas circunstancias (extraescolares, barrio…) lo que vengo en llamar cuchipandis, el padre-madre cuchipandizado es sumamente hosco a lo que no pertenezca a su núcleo y apenas levanta la ceja para el que sea extraño al club o no cumpla determinados roles, no digamos cuchipandis enemigas. En general e incluso bajo la pantalla y el blanqueo de las cuchipandis los padres apenas sí disimulan que lo único que les importa es su hijo, no miran a los demás ni para apartarse y si pueden acaparar al profesor lo acaparan. El egoísmo es descomunal en esta liga progenitora y casi ni se matiza con la hipocresía. La misma hipocresía por la que no se puede hoy reprender en público a un niño y debemos esperar a cerrar la puerta de casa para no perder la última gota de autoridad que nos ha quitado la sociedad.

No diré que soy mucho mejor de todo esto que acabo de comentar y también caigo en muchas de las actitudes y situaciones que denuncio. En realidad no se trata de trasladar una relación de padres sujetos y pecadores frente a estos ojos que les juzgan y escriben sobre ello. Es más bien manifestar un virus que  tiene contaminada esta generación de padres, a mí incluido. Yo, al menos, me muevo incómodo  en este contexto frente a otros que parecen hasta disfrutar o que simplemente no les da para ser conscientes de ello. Sólo pido que eduquemos a nuestros hijos en no caer en estos nuestros errores, yo, entretanto lo intento con los míos, que educo para ser futuros hombres solidarios y honestos y sino al menos lo suficientemente enteros como para alucinar y partirse la caja con esta retahíla de actuaciones con las que los padres de hoy nos estamos coronando.     

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