Por mi hija muero
Soltó el icono mediático del mundo rosa hispano: “Por mi hija mato” y hete aquí que las aguas del mar rojo se abrieron y emergió una nueva moral, nueva cultura y civilización que nos ilumina y guía en nuestro devenir paterno filial con un sacrosántico lema que destruya toda duda de comportamiento y proceder: Tengo que matar por mi hijo. Ponerme morado a liquidar congéneres si hace falta. Padrazos que fueron los de la solución final del tercer Reich, el Pablo Escobar y compañía. Cepillarme a la humanidad entera hasta que sólo quedemos yo, la progenitora madre y el motivo del holocausto: Mis hijos. Claro que no soy el único superpadre y es posible que coexistamos unos cuantos padrazos serial killers en este nuevo amanecer, atardecer más bien.
Sarcasmos
aparte resulta pasmante la degeneración ética a la que se llega en cuestión de
meses, semanas, días, horas y segundos si cabe en esta realidad actual nuestra
tan globalizada e intercomunicada. Si hay algo que cae bien, se sacraliza hasta
convertirse en ideario moral que ya nadie se atreve a contradecir. Así las
venerables acciones de protección y amor
que debemos a nuestros hijos se elevan a la máxima expresión hasta el punto de
justificarlo todo y aunque nadie obviamente justifique el asesinato (¿O sí?) sí
que se ha difuminado casi hasta la alabanza las conductas más egoístas,
insolidarias y abyectas. Para
todos los que piensan que el amor filial lo excusa todo le invito a pensar en
lo que ocurriría si los pormihij@matones fuesen legión y culminasen su doctrina
hasta las últimas consecuencias. Poco menos que encerrados en nuestras casas
mirando por la mirilla de la puerta vigilando la estancia sin gente para evitar
la presencia del superpadre asesino record que aniquila los hijos y la
presencia que no son suyas. Quién dice esto dice un mundo donde los bienes y
servicios los acapararían las familias más mafiosas y amantísimas de sus hijos.
Es sólo una hipótesis apocalíptica pero baste para ilustrar lo que puede venir
detrás del amparo moral conductas egoístas bajo el barniz del amor a nuestra
prole.
Sin
llegar a tanto sí conviene evidenciar que la insolidaridad, el aludido egoísmo
por la adoración a nuestros hijos no es amor es insolidaridad y es egoísmo a
secas. No hay nada que lo justifique. El hombre es lo que es y ha sobrevivido
hasta ahora por respetar un elemental decálogo de convivencia al menos entre
ciudadanos de un mismo país. Si penalizamos la guerra, los robos y las
agresiones pero mostramos una mueca de sonrisa justificatoria porque hay un
tierno infante de por medio será el principio de nuestro fin. Y no hace falta
moverse en el ámbito penal para reprobar aunque sea moral y socialmente
acciones que siempre se han movido fuera de lo tolerable y que ahora se
defienden bajo la bandera de la devoción filial. Sentar al niño en las plazas
de movilidad reducida a costa del anciano
que llegó más tarde, abroncar a entrenadores y árbitros en los partidos de los sábados,
acaparar la atención de los profesores, empujar a codazos en los festivales
concurridos, poner al nene frente a la tarta en los cumpleaños aunque no sea su
celebración, dar la espalda en cualquier conversación que no se refiera a niños
y al propio en particular. En fin actitudes que todos reconocemos y que siempre
han sido de capullo la mayor y padre odioso a todas luces pero que nuestra
degeneración matiza con un halo justificatorio en nuestros días. Y no, no
caigamos en la trampa, siguen siendo actitudes de capullo la mayor y padre
odioso. Lo dice un padre que las ha sufrido y quién sabe si terminado por
practicar visto el virus que ha terminado por infectar a la estirpe
progenitora.
Levantemos
la cabeza pues y respiremos, seres
humanos convivientes y solidarios que en el fondo somos, para desterrar o al
menos llamar por su nombre a los hechos y modos egoistísimos descritos. De
verdad seremos mejores personas y seguramente mejores padres también porque el
ejemplo de amor supremo que heredaran no será un reguero de muertes sino sólo
una: la nuestra, que un día vivimos y otro día moriremos por ellos
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