Seguridad social universal

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Miras para atrás y es para echarse a temblar, los sistemas de previsión social, hoy tan asentados y tan fundamentales que quitan y ponen gobiernos, no estuvieron siempre ahí. En realidad concebidos como un servicio suministrado desde órganos políticos es cosa del siglo XX en adelante. Si nos retrotraemos al comienzo de los tiempos comprobamos que el ser humano ya homínido y desligado evolutivamente de sus parientes simios empieza a preocuparse de sus semejantes. Lo hace al menos con los pertenecientes a su grupo a los que no abandona a sus suerte cuando caen por accidente o enfermedad. Trata, sino incapaz de paliar o curar, al menos de acompañar al enfermo o caído hasta su sanación o último adiós, los entierra en última instancia. Esta concepción actuada inicial progresó mínimamente hasta dotarse de un escenario trascendente y ritual, la enfermedad y la muerte tratadas ya por una primera religión, animismo primitivo o invocaciones deísticas de todo signo, con sus representantes (chamanes, sacerdotes, druidas...) procurando sus remedios para sanar el cuerpo o el alma si la partida al otro mundo es ya inevitable. En este contexto el grupo continúa resultando básico como suministrador de las atenciones sociales que son posibles en cada momento evolutivo. Ya ceñidos a un primer mundo y a una tradición judeocristiana que lo sustenta, la religión constituye el gran proporcionador de atenciones sociales, elementales en un primer momento como los cuidados sanitarios, comedores o acogida de niños abandonados entre otras. Más adelante y en la medida que las sociedades se complejizan con un haz de interrelaciones más acusado aparecen nuevos servicios como la educación principalmente.

Este es el panorama principal en el ámbito de la civilización occidental y hasta el citado siglo XX. Es en este siglo cuando se produce una auténtica revolución en universo de la previsión social al involucrarse el estado en la proporción de estos servicios. Un estado cada vez más intervencionista y un espacio, el público, cada vez más protagonista en la vida del ciudadano, sobre todo tras el crack de Wall Street y la quiebra del estado liberal y posteriormente la reconstrucción de Europa tras la segunda guerra mundial. Se afianza después ya en la segunda mitad de siglo y en el Viejo Continente mayormente la concepción del estado social y democrático de derecho con su brazo político plasmado en las socialdemocracias que empiezan a acaparar el poder en los distintos países. Son estas socialdemocracias las que configuran el estado actual como el gran suministrador de servicios sociales que conocemos hoy en día, al punto de que muchos de sus planteamientos han sido asumidos por el liberalismo e incluso por el conservadurismo político siendo estos progresos sociales ya indiscutibles. El espectro de atención social proporcionado por el estado abarca casi todas las esferas de la vida del ciudadano actual de tal modo que cualquier crisis que impida o dificulte la atención del mismo provoca auténticas hecatombes políticas. Y como expresa la Biblia tras contemplar el santo Padre el mundo y su obra una vez finalizada: " Vio Dios que era bueno", podemos concluir que el sistema, con todas sus deficiencias (problemas de financiación, corrupciones políticas que contaminan la gestión de los servicios, sectores y necesidades desatendidas y otros sobreproporcionadas según los intereses que predominen, fariseicos en muchas ocasiones etcétera, etcétera), es bueno para nuestras vidas. Dota a la existencia del hombre sino de felicidad, al menos de dignidad, una base material sobre la que construir satisfacciones vitales en el género humano.

El problema es que lo expuesto se circunscribe al primer mundo, el segundo apenas lo disfruta y el tercero no lo ha experimentado nunca. Este tercer mundo apenas sí ha salido de la concepción animista y primitiva de la que hablaba al principio del relato, es víctima de una pobreza material extrema y los sistemas de seguridad social occidentales no son sino una quimera. Y el primer mundo lo sabe, es conocedor de esta situación y no hace apenas nada por evitarla. Millones de niños y adultos mueren al año de hambre y malnutrición, enfermedades tratables y curables en los países desarrollados provocan también incontables fallecimientos que podrían evitarse, ni siquieran tienen acceso a los medicamentos más básicos de los que disponemos en el mundo acaudalado. El conjunto de atenciones sociales de los que disfrutamos en occidente les queda a años luz toda vez que sobrevivir ya supone una proeza heroica.

¿Cómo es posible que esto suceda así?. Con seguridad siempre han existido diferencias en las condiciones de vida entre las distintas civilizaciones a lo largo de los siglos pero el desarrollismo furioso nacido tras la revolución industrial ha desembocado en el ingente materialismo que caracteriza hoy a nuestras vidas en el aludido primer mundo. Mientras, el tercero apenas sí presenta grandes distinciones con las sociedades prehistóricas si acaso atisbos de civilización que suele asomar en estado caótico. El contraste no puede ser más grotesco. Cualquier par de ojos extraños a este planeta apenas sí podría creerlo.

Cuando pienso en cómo se podría solucionar tamaño desfase y las dificultades que se presentan siquiera con abordar el problema recurro a mi mundo imaginario. Entonces yo soy un representante de otra civilización galáctica pura y perfecta que contempla horrorizado este dislate de desigualdad y con mis superpoderes dicto mi manifiesto que haré cumplir para hacer de este, un mundo definitivamente justo. Y se me ocurre posar mi mirada en la maravillosa seguridad social construida en estos algunos países del primer mundo y la hago extensible al segundo y al tercero. Una seguridad social universal, auténticamente universal. Con las necesidades sociales cubiertas para cualquier ser humano, de modo que no se prive del conocimiento a ningun ser consciente de la tierra ni de la atención médica a ningún hombre de modo que sin ser inmortales gozemos de una existencia finita lo más digna posible. Además de ello todo el acervo social del que se ha dispuesto para este ciudadano de primer orden, así, un trabajo y una renta que le permitan atender sus necesidades materiales con una pensión de jubilación cuando por edad ya no pueda seguir ejerciendo, y una prestación por desempleo cuando por circunstancias del mercado laboral no se mantenga activo en el mismo. Lo mismo que unas retribuciones garantizadas para aquellos sujetos que por impedimentos físicos no pueden aportar al sistema y un sistema de subvenciones para la adquisición de bienes y percepción de servicios esenciales a los que carezcan de los recursos para costearlos. En definitiva, lo que con las deficiencias que se han señalado anteriormente, tenemos en buena parte del mundo desarrollado pero para todo hombre, mujer, niño, niña, anciano y anciana de cualquiera de los países del globo terráqueo. Y dirán los interesados catastrofistas que no puede ser, que cómo se va a pagar todo eso, que quién va a convencer a los países para esta aplicación a gran escala. Y pensaré que eso mismo dijeron los igualmente agoreros interesados cuando pronosticaron la imposibilidad de implantación de la seguridad social que conocemos hoy en día. Sólo me queda pensar que cuando la seguridad social universal sea una realidad podré decirme a mí mismo y a los demás que vivimos en un mundo razonablemente justo. Mientras tanto tomaré a la Seguridad Social Universal como aspiración ineludible de la raza humana y hacia la que debe orientar su camino.













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