Más batas y menos corbatas
En este mundo frenético que nos ocupa no creo que el común de los mortales sepa lo que supone la investigación para el sostenimiento del sistema. El ritmo vertiginoso que impone el capitalismo a la producción y por ende al consumo requiere de una innovación constante. Es la zanahoria con la que el ciudadano occidental soporta la adquisición constante de productos, se compra al ritmo que lo hacemos porque el objeto que pagamos es nuevo respecto al anterior, nuevo y casi siempre mejor, tiene algo más práctico, productivo y eficiente que hace que lo prefiramos frente al que tenemos. Eso es así por un tiempo limitado, cada vez más corto hasta que encontremos uno aún mejor o se nos estropee porque esas es otra de las características del aludido sistema, si la innovación no llega a tiempo se asegura que el producto novedoso no dure demasiado para que el consumidor deba adquirir otro en un breve espacio de tiempo. Así, en una espiral vertiginosa para que el sistema no colapse y se devore a sí mismo. ¿Y quién provoca que esto sea posible impidiendo el referido colapso?, pues sí amigos míos, la investigación. Todos los países desarrollados lo han entendido a la perfección desde hace tiempo y las empresas, cada una según sus posibilidades, destinan a la investigación parte de sus recursos, los departamentos de I+D, I+D+I, o como quiera que se diga ahora figuran entre los imprescindibles de cualquier corporación que se precie como competitiva. Allá donde no llegue la iniciativa privada dirige sus vocaciones el ámbito público y la capacidad institucional.
Y
en estas llegamos a España, “Spain is diferent”, en esto
también. Ya lo expresó Unamuno, conocedor del alma española como
pocos, “que inventen otros”, frase emblemática de la visión del
gran rector salmantino y pensador bilbaino sobre las cualidades
hispanas respecto a la invención. Sólo el genio español, héroe
solitario en un entorno hostil, ha permitido que la aportación
ibérica no haya sido absolutamente nula. España es un país de
atajos. Hay que reconocer que tiene una habilidad especial para
mantenerse enganchado aunque sea con la yema de los dedos al furgón
de la modernidad siempre con el último de sus trucos en la
recámara. Será el carácter indómito o la herencia de los galeones
cargados de oro traídos de América con la que se pagaba todo y que
sumergió al país en una espiral de deudas que más allá del
aspecto meramente económico incrustó en la esencia hispana la idea
de no producir y sobre todo la de no innovar nada que no fuera en el
mundo de las artes.
El
siglo XX español ha sido paradigmático en este sentido. El último
truco, galeón forrado de oro ha sido el turismo. Desde la década de
los 50 de este pasado siglo, la llegada de extranjeros en busca de
ocio y descanso ha permitido no descolgarse, diríase que de forma
definitiva, de la aludida modernidad. Al menos ha traído dinero y un
contacto constante con ciudadanos de países en la vanguardia
económica. Pero de inventar nada de nada. Como siempre algún genio
oculto que podía llegar a asombrar al mundo con una gran idea pero o
era captado por los países punteros tecnológicos o terminaba
sucumbiendo al olvido y mediocridad circundante. Y llegó la
transición que todo lo cambió frente a la caverna que le precedía
y en España todo iba a ser diferente pero no frente a los demás
sino frente a sí misma. Lo europeo era bueno o buenísimo y había
que imitarles también en todo. Lo americano, lo del norte se
entiende, también pero sin reconocerlo tan abiertamente. Pero
España, cargada esa vez sí de intenciones no pudo con sus inercias.
Recuperando en septiembre lo suspendido en junio, no llegó nunca a
significar una referencia significativa en el campo de la innovación
pero al menos década a década fue mejorando sus marcas, lo que de
alguna manera aminoró sus complejos históricos. Y llegó el último
de sus trucos conocidos, la construcción, la fiebre edificadora de
inmuebles e infraestructuras que acompañada de un contexto
internacional favorable en lo económico descargó de dinero y
posibilidades materiales al españolito medio de un modo que ni se
recordaba. Ni con esas se puso el elemento a innovar o favorecer la
investigación pero es que ya ni importaba ni hacía falta. ¿Para
qué?, si al final hacemos gita de otra manera y encima currando
mucho menos. Somos los mejores, somos la caña. Y catacras, catacrak
del bueno como sólo un leit motiv tan estúpido puede llegar a
traer. Cayó el mundo occidental preso en uno de sus delirios más
peligrosos. Pero España cayó más que nadie, la depresión cundió
en la península y la sensación de inevitabilidad y de no tener
remedio se apoderó de la ciudadanía patria hasta límites
insospechados. Y en esas estamos, aún con la mejora de estos últimos
años ya nadie se fía de nada ni de nadie. No hablemos de la
investigación, que si fue tomada minimamente en cuenta en los años
locos pasó a estar totalmente postergada en los planes de
recuperación, como si España hubiese asumido por completo que lo de
investigar e innovar no va con nosotros. No sé cómo pudimos llegar
a pensarlo, nosotros innovando como los europeos. A quién se le
podía haber ocurrido, seguiremos tirando de atajos que es lo
nuestro. Y es una pena, España, por primera vez y casi sin
pretenderlo había logrado reunir a lo más parecido a una generación
de investigadores sin demasiado que desmerecer a lo mejor del
momento. La burbuja inmobiliaria se lo ha cargado todo pero sobre
todo ese capital humano que ahora ha debido emigrar a otros países
produciendo para ellos lo que debió haberse quedado aquí.
Lo
veo delante de mis narices, trabajo en la Universidad del País
Vasco, he participado someramente en la gestión del alumbramiento
del parque científico tecnológico del mismo nombre. Un programa
basado en la comunión entre empresa privada e investigación
universitaria para hacer del I+D el motor de la propulsión económica
que siempre debió haber sido, el logro estratégico más importante
que se haya emprendido nunca en Euskadi a mi parecer. Y está todo
parado. De los 18 edificios proyectados sólo 4 se han puesto en pie,
funcionando a día de hoy 2 a medio gas. Todo avanza lento e
incómodo. Se diría un estorbo frente a lo que debe preocupar. Hace
un año se inauguró de forma patética, con una representación
institucional desganada, el lehendakari aburrió el acto como sólo
él sabe hacerlo y la escena apenas sí consumió espacio en los
medios de comunicación autonómicos, no digamos en los estatales. En
eso somos muy ibéricos los vascos, nos gusta reflejarnos en los
europeos pero somos un quiero y no puedo, al final nos sale el íbero
que llevamos dentro. Y en esto de la investigación, que no dejamos
de ser avanzadilla peninsular nos ha dado por avanzar muy poco en
estos últimos años. El ejemplo del parque universitario es palmario
en este sentido.
En
fin, amigos lectores, no pierdo la esperanza de que esto cambie de
alguna manera. Hay novedades parlamentarias con otra sensibilidad
sobre este asunto, una perspectiva más joven que ya se visualiza y
que definitivamente parece distinta. Termine ya la era de las
corbatas, corruptos de traje y despacho que trajeron dinero para
otros pero sobre todo para sí sumiendo al país y la investigación
en el caos. Vengan ya las batas, vuelva ya el precioso caudal humano
e investigador que ahora produce en otros lares. Dejemos ya los
atajos y los galeones hacia un modelo económico que este país,
creativo y audaz como pocos, también es capaz de afrontar aunque sea
contradiciendo su propia historia . Es hora de creer en ello. Toca
pensar diferente en todo esto, de ello depende nuestro futuro más
inmediato.
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