Revolución biológica que vendrá


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Si algo caracteriza al ser humano es su inquietud evolutiva a tal modo que al margen de las variaciones morfológicas definidas por Darwin y común a todas las especies constituye el ser vivo que más ha influido sobre el planeta hasta el punto de que podría hacerlo desaparecer mañana mismo si tal fuera su voluntad. La mencionada evolución digamos que ha supuesto un progreso sostenido a través de la historia hasta llegar a estos últimos siglos en que la marcha y sucesión de acontecimientos ha sido tal que ya el referido término casi pierde su sentido sino se le incluye una “r” al principio del mismo al modo de sustituir el mismo por el nombre de revolución. El mundo desde el siglo XVIII deviene irreconocible frente a sus estadios anteriores por mor de las citadas revoluciones. Podemos considerar la revolución francesa la gran revolución política y sociológica que aún marca nuestros destinos actuales. A ella le sobrevino ya en el siglo XIX la revolución industrial, renovación absoluta en los modos de producción de bienes y servicios conocidos hasta entonces lo cual condujo a un modelo de sociedad también nuevo. El siglo XX profundiza las consecuencias de estas revoluciones y perfecciona sus métodos hasta perfeccionarlos con la revolución tecnológica que se manifiesta de modo acusado en estas últimas décadas. Ya en el siglo XXI la revolución tecnológica deriva una ramificación principal en el ámbito de las comunicaciones, de modo que podríamos hablar de otra auténtica revolución de este campo. El mundo está permanente ligado entre sí en tiempo real, lo que sucede en cualquier confín de la tierra puede ser conocido en pocos minutos en el extremo más opuesto del planeta. El fenómeno de la globalización tan característico de nuestros días ha uniformizado modos de vida y cultura a pasos agigantados y es característica fundamental del hombre más contemporáneo.

Examinado ya el devenir humano en este repaso express que acabo de trasladar les presento el motivo del actual artículo y que el que escribe considera constituirá la próxima revolución, probablemente la más importante de todas, la biológica. Cierto es que la ciencia ha logrado subir la esperanza de vida del hombre hasta rondar, al menos en occidente, los ochenta y que la calidad en los años de su existencia se ha visto incrementada notablemente pero de lo que hablo es de un logro considerablemente mayor. Hay expertos que pronostican que las investigaciones lograrán detener la degeneración celular para el año 2040 poco más o menos. Se supone que no envejeceremos, se curarán todas las enfermedades y la muerte sólo acaecerá tras un episodio traumático. Cierto es que los científicos más rigurosos ponen esto en duda y defienden que no hay ninguna garantía de que esto ocurra o al menos que suceda en las fechas que se indican pero imaginemos que es así, ¿Cómo afectaría a la existencia humana?, ¿Cómo sería la realidad del hombre en esas circunstancias?. Es apasionante al menos pensarlo y un reto imaginar el mundo entonces.

Ya puestos, con la supresión de una barrera biológica y la finitud de la muerte es lógico pensar como primera consecuencia en una superpoblación en la tierra, si la natalidad se mantiene en los términos actuales, moderada en occidente pero no así en otras latitudes, será obvio que los recursos del planeta tarde o temprano no estarán garantizados para todos. Habrá que limitar la natalidad al extremo incluso prohibirla o buscar esos recursos en otros rincones del universo, colonizar planetas habitables. De otro modo por mucho que se logre optimizar la superproducción no será posible satisfacer a la población, ni siquiera en occidente. Otra cuestión es la del propio concepto jubilación y el de la vida laboral. Es claro que si no existe un declive físico ni intelectual no se da el supuesto hecho para cesar en la actividad profesional, además si el sistema actual está dando bocanadas pidiendo una revisión porque la población activa apenas puede sostener una clase pasiva creciente en número con una progresivamente mayor esperanza de vida imaginemos un panorama con un estamento pasivo casi infinito y sin límite en el tiempo si mantenemos la jubilación a los 65 años. Habrá que trabajar para siempre, quizás con periodos intercalados de excedencias pensionadas justificadas por puro descanso psicológico. En definitiva con estos dos apuntes señalo los problemas más elementales a los que la inmortalidad abocaría a la humanidad desde un punto de vista meramente material.

Pero hay más, ¿Cómo sería la cultura, la religión y los valores en ese contexto?. Culturalmente los grandes vértices sobre los que ha girado la producción artística el amor, el dolor y la muerte virarían ciento ochenta grados. De un plumazo el dolor y la muerte dejarían de plano de constituir las dos grandes referencias que han supuesto históricamente y el amor también se vería ineludiblemente afectado, ¿Amaríamos eternamente a la misma persona?, por fuerte que fuera nuestra unión es difícil hasta imaginarlo. Habría que depurar los conceptos artísticos, habría que ceñirse a la propia existencia como referente de un motivo sobre el que escribir, o producir artísticamente. El concepto existencia al que ya me he remitido en anteriores artículos.

¿Y qué me dicen de la religión y los valores? , propiamente la religión al dejar de constituir el garantizador de trascendencia perdería una de sus grandes razones de ser, simplemente se sostendría como decálogo esencial de un concepto del bien y del mal pero sin los aludidos premios de trascendencia o su revés del castigo eterno los creyentes carecerían del gran reclamo para optar por la religión como guía de sus vidas y sin duda ésta perdería buena parte de su influencia cuando no su propia capacidad de pervivencia. Los valores mismos cambiarían por completo, la vida se materializaría en extremo, la muerte y el dolor dejarían de ser factores de sensibilidad social e individual y posiblemente lo políticamente correcto tornara particularmente axfisiante.

En fin, se me ocurren mil variantes más de aspectos que evolucionarían o simplemente se modificarían, daría para uno o varios libros solamente el hecho de plantearlos. Sé que algún lector puede tomar como desvaríos lunáticos elucubrar sobre esto, algunos seguro que lo utilizarán para desacreditar planteamientos incómodos de mis propuestas ideológicas pero no tengo duda de que los mismos que tornan incrédulos sobre lo expresado acerca de la venidera revolución biológica son aquellos que reían escépticos a cualquier pronóstico que anticipara los logros de las revoluciones política, industrial y tecnológica que menciono al inicio del presente artículo. En cualquier caso sólo espero que sean las circunstancias que sean en las que el hombre afronte su existencia logre en algún momento estar orgulloso de sí mismo desde un punto de vista moral, esa moral que todos conocemos aunque no sepamos siquiera describirla.

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