Superrelación de contexto


eternacrisis


Ya lo menciono en la primera de mis novelas, me remito literalmente al fragmento en que hablo de ello: “La clave: Las relaciones de contexto, siempre he creído en ellas, en las relaciones humanas, en la amistad y sobre todo en el amor. Una compañera de trabajo, una vecina, amiga de amiga, amiga de la novia de un amigo, todo vale si hay contexto, forzarlos si cabe: academias de estudios con compañeras estudiantes, grupos organizados de tiempo libre con compañeras monitoras, incluso los semicontextos: Las bodas de amigos con alguna invitada, las fiestas con conocidas de conocidos... La clave en definitiva es el contexto, la clave reside en edificar relaciones de contexto y habitar en ellas, conocer en antecedentes a la otra persona aunque sea mínimamente, lo suficiente”. Pues sí amigos, la madre del cordero si uno quiere vivir acompañado es la aludida relación de contexto. Cuando titulo este artículo como superrelación de contexto lo hago al recordar un recuerdo, pasaje o lo que sea que fuese de una ya lejana juventud veinteañera del que escribe. Compartía barnetegi, estancias en régimen temporal de internado para aprender y perfeccionar el euskera, con una chica que a mis ojos y me consta que al de muchos otros representaba poco menos que la chica perfecta. Guapa y esbelta, de larga melena rubia y rizada. Era además lo que se entiende un partidazo porque la inteligencia que demostraba la refrendaba con una recién terminada carrera de derecho especialidad económica en la universidad de Deusto, lo cual anticipaba una futura y brillante carrera laboral. Lo mejor de todo es que todas estas virtudes que endiosarían al más pintad@ anidaban en ella de un modo natural, no podía ser más maja la niña. Y cómo no, el menda, que en la época ya calzaba una larvada soltería, quedó prendado de la susodicha. El caso es que la chica de marras me trataba con frecuencia. Servidor, que de pura timidez casi la rehuía,  podía llegar a entender  que hasta le hacía bastante caso. Eso era tan cierto como que portaba novio formalísimo que nunca dejaría por mí. Entonces yo rumiando mi amor imposible cavilaba sobre las escasas o nulas opciones que tenía de llevármela al huerto en el buen sentido de la palabra, un huerto en el que plantar toda la vida. Y no tengo para olvidar la frase que asaltó mi pensamiento: “A esta chica sólo se la liga una superrelación de contexto”. Es decir, que un tipo como yo pueda llegar a convertir en compañera una mujer de ese calibre  requeriría de un auténtico aluvión de circunstancias, poco menos que ser compañero de isla desierta durante lustros a la espera de rescate. Sin exagerar tanto, podría ser compartir ascensor en parada técnica durante una hora estratégica y ya más en serio y por poner otro ejemplo tenerla de vecinita y crecer juntos yendo a un colegio por fin mixto donde compartiríamos clase y pupitre. La teoría me costó que los amigos de la cuadrilla me grabaran la frase en una camiseta en unas fiestas de Bilbao y que, por lo mismo, tuviera que dar un montón de explicaciones a los y las que se me acercaban para entender su significado, lo cual me arruinó dos o tres juergas hasta que ya no tuve que ponerme más la referida prenda. Ni que decir tiene que después del internado nunca volví a ver a la chica de la superrelación de contexto. El último día de estancia el supernovio se la llevó y el peluchín con grabadora que es lo que en el fondo servidor constituyó para ella nunca supo más de la mencionada. La cuestión es que además de la frase, quedó la teoría que  ya dejé caer en mi novela y que ocupa lo que pueda llegar a dar de sí este artículo.


He de decir que el asunto ya no me proporciona especiales desvelos, soy padre de vikingitos con una mujer excepcional que me aguanta pero como gran especulador de la realidad que soy sí que vuelvo a la teoría para terminar de darle forma, más que a una superrelación de contexto que no deja de ser algo cuasi anecdótico a la solución que apuntaba en la novela. La reivindicación del contexto como base de una sólida relación sobre todo en términos de amor donde la confluencia siempre tiene un punto de inexplicable. Adoro el amor romántico de azar y flechazo pero siempre he sido muy pesimista sobre la perdurabilidad de estos encuentros. Lo que te hace durar, los que verdaderamente lo pretenden frente a los que anhelan el estado de pasión permanente que les lleva de pareja en pareja, es una cierta afinidad de caracteres, proyectos y preocupaciones comunes. Y esa comunión no se logra porque sí, el contexto puede venir dado pero en general, como todo en la vida, hay que currárselo. Hay que propiciar las situaciones en las que podamos a hallar  a esa persona afín. Nadie viene a nuestra casa a deslumbrarnos y ofrecerse como compañía eterna y perfecta. Cuanto más trabajemos los encuentros, más perspicaces y tenaces nos mostremos más probabilidades tendremos de encontrar  la media naranja que nos complemente al fin.  Hay que currase el contexto, aprender polaco si nos gustan las mujeres del este, ir a clase de batukada sin nos van las danzonas o leer a Kafka si pretendemos emparentar con una intelectual y ya con ejemplos menos chirigoteros como digo en la novela, academias de estudios con compañeras estudiantes, grupos organizados de tiempo libre con compañeras monitoras, las bodas de amigos con alguna invitada, las fiestas con conocidas de conocidos...en fin para que marearles, en el fondo ya saben ustedes a lo que me refiero. Se trata de defender el contexto no tanto como vehículo de caza o captación de compañeras sino como expresión y reivindicación de las relaciones duraderas frente a los partidarios del chute emocional y constante que no saben sufrir en una relación cuando la ocasión lo merece o no queda más remedio. Por supuesto no soy quién para aconsejar a nadie ni dar lecciones de nada en un terreno como es la jungla del amor en la que uno se maneja como puede, simplemente me aterra la idea del playboy decrépito y decadente intentando ejercer en edad ya de desmerecer, un tipo que no ha querido a nadie en su vida y al que tampoco han querido crea él lo que crea. El contexto, la relación duradera no garantiza nada y bien puede ser que se termine tan sólo como el decano de los latin lovers pero al menos frente a éste siempre tendrá una certeza y es la de que un día amó y le amaron profundamente.  

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