Estratos identitarios. Iberia cultural

eternacrisis


Ya lo tengo tratado en el artículo “Nacionalismo sostenible” y el presente no deja de ser una derivación de aquel. Sostenía en aquel la problemática atávica del nacionalismo a cuenta del tema catalán y el modo de encontrar un punto de encuentro sin que haya una hecatombe de por medio. El caso es que el referido tema catalán no sólo no ha evolucionado hacia una vía de entendimiento sino que va camino de convertirse en el problema más grave para España desde la guerra civil y el caso es que a día de hoy mantengo los fundamentos apuntados en aquel escrito. En esencia la distensión del concepto mismo de nacionalismo desde una máquina justificadora y genocida hacia una solución de organización política en la distribución de bienes y servicios donde un ser humano encuentre una identificación comunitaria tranquila y civilizada desarrollado todo ello en consultas periódicas  a la ciudadanía en aquellos lares con una identificación comunitaria y nacional menos definida. Como otro gran apunte el de encomendar el pilotaje de los procesos de definición nacional a formaciones políticas con una presencia mayoritaria en el órgano de representación política principal del país.

Pues bien partiendo de lo anterior y ciñéndonos al caso español el artículo que nos ocupa  trataría de ahondar en las soluciones señaladas sofisticándolas aún más si cabe pero sin dejar de lado su sencillez por paradójico que pueda parecer. Así, en el precisado objetivo de integrar el nacionalismo como ejercicio político sostenible convendría alejarnos del modelo de estado nación que tanta conflictividad ha generado. El que ya apunté como acumulador de funciones que vacía de contenido al que no las tiene, es decir, comunidad política acaparadora que posterga a otras comunidades identitarias a no tener nada, antesala de un polvorín que casi siempre estalla. Los estratos identitarios se referirían al modo en que las mencionadas comunidades con pulsiones identitarias alcanzarían sus objetivos de realización nacional de un modo relajado y compatible con otras comunidades o realidades nacionales colindantes o circundantes. Y ello basado en un sistema de gestión de funciones implementada por estratos. Los poderes de un estado derivado en las funciones que regulan toda organización pero repartido en instituciones no incardinables en un estado nación único sino en distintas y superpuestas comunidades identitarias, de tal modo que cada una de ellas goce de las suficientes funciones como para realizarse “nacionalmente”. En este sentido frente a funciones meramente de gestión, eminentemente pragmáticas encomendadas a autores que las resuelvan bajo un criterio de mayor eficacia, otro tipo de funciones con una carga identitaria ineludible y que también puedan ser adjudicadas a una u otra comunidad nacional de tal modo que todos queden realizados, superando el esquema del estado nación donde el estado nación oficial acapara el concepto y la función identitaria y al resto de presuntas comunidades nacionales no les toca nada. Repartir el pastel, en definitiva, para eliminar conflictividades y  asegurar la convivencia política del ser humano.  De tal modo, destinando las funciones mas identificables con la gestión a un reparto bajo criterios de eficacia nos toparíamos con las funciones propiamente identitarias antedichas, las nacionales para entendernos. Así, la moneda, el ejército, política exterior y la gran organización de los poderes supremos de la comunidad no se comparten y terminan por constituir el fundamento propio de la nación. En estas yo propongo que hasta estas funciones nacionales se repartan entre las comunidades identitarias en base a fundamentos de satisfacción-realización  nacional o identitataria equitativa y de racionalización y  minimización de la conflictividad. Siempre pongo el ejemplo de que si a una de estas comunidades identitarias, póngase Euskadi como ejemplo más cercano y que conozco bien, se les concediera el mero hecho de contar con selecciones deportivas oficiales de carácter nacional acabaríamos de un plumazo con muchas de las tensiones que se generan con los nacionalismos no reconocidos políticamente.


De igual modo y en la línea de lo apuntado estas comunidades identitarias participarían de otras compartiendo funciones de mera gestión en base a los aludidos criterios de eficacia u otros igualmente respetables, así como funciones eminentemente nacionales o identitarias en base a términos consensuados entre ellas. Es así que ninguna comunidad existiría contra otra, máxime las colindantes más dadas a las mutuas confrontaciones, participarían unas en y con otras de forma que sin renunciar a sus señas identitarias también se reconocerían en otras estrechando los lazos entre ellas, sobre todo en aquellos casos en los que existan inequívocas confluencias culturales. Es entonces cuando enlazamos esta teoría de los estratos identitarios con la otra aportación del artículo, la supracomunidad cultural albergante de otra u otras en las que todas tienen cabida y en las que la relación deja de ser tensionadora o castrante para pasar a ser otra cobijante, maternal se diría. La gran Iberia cultural. A día de hoy coexisten en la península estados nacionales como España,  Portugal y Gran Bretaña como sostén del peculiar status político de Gibraltar junto a las referidas comunidades identitarias no políticamente nacionales como podrían representar Cataluña, País Vasco y quizás Galicia. Todas ellas junto a las regiones que las conforman configuran  indiscutiblemente la Iberia cultural a la que aludo. Nadie discute esta realidad territorial y cultural como en cambio sí que son objeto de polémica política constante el resto de comunidades señaladas. Es por ello que es aconsejable que nos acojamos a ella cuando pretendamos rehuir la conflictividad que en el estadio patrio español genera el concepto nación. Reconozcamos los evidentes lazos culturales que nos unen como peninsulares que somos y sirva de punto de partida para construir una convivencia sana y reivindicable sin que nadie  haga renunciar los anhelos nacionales a otros para satisfacer los propios. Es una aspiración personal que el día que se comprendan los términos contenidos en este artículo y se formalice una voluntad para su ejercicio se emprenda el camino para resolver un gran problema.          

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