Estado moral nuevo Dios
Desde que el hombre es hombre, sujeto consciente de su finitud, ha necesitado una supraentidad protectora que le ampare de las coordinadas que marcan su existencia, es decir, el dolor y la muerte. Y ha ido buscando sus respuestas. El primitivo homo sapiens y evoluciones prehistóricas posteriores se encomendaban a esta supraentidad dotando de divinidad a todo su entorno, en lo que viene a conocerse como animismo. Poco a poco fue depurando sus invocaciones, ciñéndose a dos o tres conceptos que ellos consideraban los principales por majestuosidad, presencia o influencia en sus vidas como el sol y la astrología, los fenómenos meteorológicos o los desastres naturales. Con frecuencia aún en civilizaciones más adelantadas se ofrecían sacrificios, animales e incluso humanos, para aplacar la ira de los dioses o lograr sus favores. Todo esto lo conocemos como el paganismo, misticismo primitivo como preludio a las grandes religiones que irían surgiendo con posterioridad y que llegan hasta nuestros tiempos.
La religión que nos toca, la católica, no es sino, a su vez, la forma evolucionada de la religión judía tras su confrontación con el cristianismo que tras unos siglos de clandestinidad deviene en oficial ya con el imperio romano. La religión católico cristiana ligada a la civilización que nos ocupa alcanza su mayor apogeo en la edad media, auténtico intermezzo espiritual en la evolución lógico-material del hombre. Y es entonces cuando la presencia de Dios, del Dios de la Biblia, del antiguo y del nuevo testamento para nosotros católico cristianos, se hace absoluta. Dios está en todas partes, en la virtud y el pecado, en toda acción material o espirtual y en todo momento o espacio. Nada escapa a los ojos del altísimo y el acto más nimio es juzgado bajo su prisma. Justifica la existencia del hombre con un premio o castigo de trascendencia eterna y proporciona un decálogo moral que se hace exhaustivo en esta era medieval. Y el hombre, ser imperfecto donde los halla, comete mucho errores en esto del cumplimiento del mandato divino con lo que se somete a un bucle de culpabilidad-arrepentimiento-pecado del que no escapa durante siglos.
Progresivamente y con la irrupción del renacimiento europeo, donde sin perder de vista en demasía esta omnipresencia divina la mirada empieza a tornar hacia el propio hombre, va imponiéndose un racionalismo que va desembocando en una laicización no menos progresiva. La Iglesia sigue teniendo un gran peso pero deja de ser tan abrumador y ha de compartir espacio en ocasiones con el poder político y civil. Esta trayectoria se mantiene hasta la revoluvión francesa en el siglo XVIII y la industrial del siglo XIX que marcan unas coordenadas espirituales profundamente humanísticas y sientan las bases del materialismo que caracterizan nuestros días.
El siglo pasado y el actual además de recoger la evolución anterior, y sobre todo a raíz del crack de Wall Street y las guerras mundiales, viene marcado por el intervencionismo estatal en la vida del ciudadano. La omnipresencia de Dios en el medievo encuentra su equivalente en el estado actual no menos omnipresente. Al igual que en torno al Dios Católico se monta una estructura de agentes e instituciones, espacios abiertos y cerrados más un decálogo moral que marca decididamente la acción humana fijando la preponderancia de Iglesia y Religión sobre todo y sobre todos, el Estado actúa y significa del mismo modo. Nada escapa tampoco a la acción del estado y señala nuestras vidas desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, también se procura agentes e instituciones, se manifiesta externa e internamente y lo que es más sustancial, también impone su decálogo moral. El decálogo moral de Dios es sustituido por el decálogo moral del estado que es ahora el que lo impregna todo. La alternancia política entre derechas e izquierdas, progresismos y conservadurismos matiza si acaso ligeramente el ideario pero apenas si hay variantes y hay un reverenciadísimo nucleo común que respetan todos. Un mismo ideario con una omnipresencia constante en una exhaustividad tan acongojante como lo era para el ser humano mortal de la edad media. El estadismo occidental con sus pilares fundamentados en el materialismo, consumismo y capitalismo imponiendo explícita o implícitamente, subliminalmente si hace falta, todo su credo para hacer el sistema invencible a su era. He querido plasmar este artículo para evidenciar al lector la semejanza de ambos sistemas, el medieval-divino y el actual-materialista y comprobar el empeño del hombre de atar y someter al mismo hombre a un régimen para tenerlo controlado, más específicamente unas élites humanas a las que favorece especialmente este mismo régimen dominando y vigilando a la masa no menos humana. Siglos más tarde, ya en una nueva era, una nueva humanidad, también compuesta por élite y masa, contemplará y criticará el horror capitalista del mismo modo que hoy en día lo hacemos con la barbarie medieval y esos ojos ciegos no verán que el sistema que ellos mismos han creado y consolidado y entienden como una verdad natural e inevitable sufre de las mismas contradicciones, imperfecciones, mentiras e injusticias que acabaron con las eras anteriores, lo que provocará su propio fin en un ciclo interminable consustancial al propio ser humano, que en realidad necesita del control, sea con el sistema que sea, para eludir el caos que acabaría con la especie. El control precediendo al sistema (definido así, "Primero el control, luego el sistema") como organizador y garante fundamental de la existencia humana.
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