Trampa machista

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Si analizamos convenientemente la situación de la mujer a través de la historia convendrán  conmigo en que nos hallamos ante una de las mayores injusticias de las que ha hecho gala el devenir humano. Con seguridad han existido mayores atrocidades que las ocurridas con la parte femenina del planeta pero han sido más puntuales y no se han reiterado en el tiempo ni en el espacio como ha sucedido con las  descendientes de Eva  a las que persigue una maldición añadida y bíblica por ser las supuestas causantes de la expulsión del paraíso. De tal modo y por dura que fuera la opresión a pueblos e individuos, la situación siempre era peor para la mujer dada la consideración de inferior y sometible al macho humano. La masculinidad subyugada siempre gozaba de un ejemplar del otro género en quién poder vengar sus males en virtud de los patrones jerárquicos imperantes. Ello era particularmente notorio en las clases bajas quedando para las altas una mejor situación material en términos generales paliado con el castigo de la irrelevancia social a las que por contra se las destinaba.

Lo relatado ha supuesto la moneda  con la que la mujer ha pagado su existencia hasta tiempos bien presentes. No podemos considerar sino el siglo XX el momento histórico en el que el género femenino percibe una mejora en sus condiciones vitales de un modo progresivo pero sin alcanzar todos los rincones planetarios ni mucho menos y aún con un margen considerable hasta llegar a la igualdad deseada y los ideales de justicia equitativa que le corresponde. No obstante y ciñéndonos al contexto del primer mundo sí debemos contemplar el estado actual de la cuestión como un avance importante respecto a lo narrado y referido a épocas pretéritas. La igualdad sí es absoluta desde una perspectiva teórica y en cambio relativa desde un punto de vista más realista. En dicho plano teórico la igualdad es abrumadora, a tal punto que sólo se permiten mencionar diferenciaciones si nos circunscribimos al ámbito meramente físico. Y al paso que vamos a los hombres nos creceran los pechos y a ellas pene y testículos para ser políticamente correctos del todo. Una variante de este igualitarismo es la sublimación del elemento más desprotegido hasta ahora en este juego de la baraja, el femenino. Hoy por hoy, sale más barato reirse de ancianos, bajitos, gordos, freakies, nerds  y demas fauna diferenciada del concepto normal que rasguñar siquiera el sacrosántico pedestal en el que se ha colocado a la mujer en términos de protección mediática y de opinión pública. El correccionismo político salta como un perro de presa como alguien ose laminar el altar del igualitarismo con la más mínima referencia que pueda tomarse como machista. Como a los patanes de barra de bar se les ocurra trasladar sus comentarios cavernarios a la arena pública échense a temblar porque serán expulsados del olimpo mediático y de la misma sociedad se diría.  Y, sin embargo....... nada ha cambiado. Nada, al menos, ha cambiado tanto. La realidad nos ilustra que la situación de la mujer permanece estancada en ese igualitarismo de postal y en esa sobreprotección ficticia que hace pagar a justos por pecadores. Esta prohibidísimo decir caca, culo, pedo, pis en esta materia pero podemos seguir dando al contubernio femenino por el idem. Igualdad de derechos en todo pero la violencia de género se pierde en un mar de estadísticas de muertes al año que no bajan, teléfonos de la esperanza, ordenes de alejamiento que no alejan y muertes anunciadas a las que respondemos del mismo modo que las está haciendo perpetuas. Luego nos llenamos de lazos, días conmemorativos, derechos a VPOs de género (sic) y la sensación de que si fueran los políticos del arco parlamentario los amenazados no habría ni una sóla muerte que lamentar.

La pregunta que convendría plantearnos respecto a lo expuesto es el porqué de este desfase tan acusado, la inmacularidad pública del sector femenino al punto llegado de cierta criminalización de la masculinidad que hace pasar a un hombre sospechoso por el mero hecho de serlo contrasta grotescamente con su realidad cotidiana: La falta de respuesta policial a las amenazas que desembocan en las muertes que jalonan la violencia de género, la evidentísima discriminación salarial a igualdad de puesto y condiciones, los problemas de acceso y continuidad laboral de las mujeres maternables y las trabas en la conciliación de la vida laboral y familiar, el destierro a las que se las somete en los puestos de mando y dirección...etcétera y etcétera.

La respuesta, por contra, no es fácil de determinar. A este servidor escribano le han supuesto lustros de elucubraciones mentales que sólo han topado con la verificación del contraste aludido hasta que mis últimas reflexiones cuasi paranoicas me conducen hasta la teoría que preside el presente artículo:La trampa machista. Se trataría de un plan silencioso, larvado meticulosamente por las élites masculinas que manejan el cotarro y que han evolucionado paralelamente a los avances de la supuesta liberación de la mujer para perpetuar el ancestral estado de las cosas. Punto fundamental del citado plan supondría la concesión de imagen pública para con el otro sexo, la comentada en este artículo sobreprotección opinativa en torno a la mujer. Halagando a la femineidad con una comprensión ficticia de sus problemas de género y una solidaridad tramposa logramos poner al macho alfa a buen recaudo mediático satisfaciendo de este modo algunos instintos vengativos de siglos de injusticia igualitaria. Esto las mantiene distraídas de los que deberían ser sus auténticos objetivos y verdadera amenaza para los jerarcas machos ideadores de la estrategia, supone un precio mínimo en términos de imagen para los que atienden a mejores asuntos, correr un gran telón que impide resolver los problemas más importantes de las  mujeres y abordar una igualdad real asaltando los centros de poder en manos de la masculinidad desde tiempos inmemoriales.

Hállase en este último punto la clave, la mujer sólo alcanzará la igualdad efectiva y verdadera cuando tome conciencia de la situación real del problema, del embaucamiento al se la ha sometido para dejar las cosas estar y no remover nada más allá de lo recomendable. Y un vez despertada de este igualitarismo de escaparate acometa por ella misma las medidas pertinentes para lograr esta igualdad verdadera y efectiva. De paso y en el camino nos liberen a algunos hombres buenos prisioneros del desprestigio y caída de imagen de la masculinidad con la que se trata de compensar la falta de voluntad en afrontar la referida igualdad real.          

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