Melancolía gamberra
Existe un vídeo de un grupo musical al que tengo en mi salón de la fama de gustos personales. Los tengo a los dos, al grupo y a la canción del vídeo, como referentes primordiales de mis aficiones melómanas. Particularmente la canción me produce una fascinación recurrente que provoca que acuda a ella cíclicamente. El vídeo y su estética complementan a la perfección esta insistente preferencia que se diría se acentúa con los años. La canción es, lo diré ya, "Why does it always rain on me?" (¿Porque siempre llueve sobre mí?) del grupo escocés de pop rock "Travis". Pues bien, la canción es maravillosa y el vídeo extraño, en un contexto, el de los vídeos musicales, en el que lo extraño es lo normal. La escenificación es melancólica a más no poder, con una tristeza que fluye natural y nada forzada. Cualquiera que conozca las highlands, tierras altas escocesas donde se desarrollan los avatares del vídeo, sabrá a ciencia cierta de lo que hablo. Esa atmósfera brumosa, perpetua y sin estaciones, cala hasta empapar el ánimo. La pieza musical transcurre en este contexto enlazando escenas pretendidamente consecutivas y sin ningún hilo argumental que a la vez no tienen más sentido que el de ahondar en esta melancolía de la que hablo. Creo que lo que quiero comentar se resume al final del vídeo, en un gesto final absurdo pero paradigmático el cantante del grupo vestido con falda escocesa y camiseta manga corta le toca el culo a otro de los componentes del grupo con su mano derecha lo cual es recibido por éste con total naturalidad. A mí el detalle, desde la primera vez que lo vi me produjo una hilaridad absoluta, hilaridad desconcertante que fue virando mi fascinación inicial hacia el vídeo y la canción casi hasta el hechizo. La nostalgia exquisita que rezuma la obra tornó instantáneamente en una representación surrealista que me provocó una risotada espontánea sólo por el citado guiño final. Entonces pensé que si yo hubiera realizado el vídeo de esta canción habría intentado un efecto parecido y me vino a la cabeza un concepto que creo que siempre ha definido mi vida y la definirá hasta que ya no esté aquí: Melancolía gamberra.
Sí, melancolía gamberra como leit motive, como consecuencia o como causa, me da igual. Me explico, siempre he sido un tipo de tendencias taciturnas, introvertido, tímido e inclinado a una soledad autocomplaciente. Ello ha fundamentado que mis creaciones transpiren inequívocas señales de tristeza, melancolía infinita detras de cada letra que escribo. Y sin embargo, cuando levanto la cabeza del teclado, la hoja escrita o de cualquier autoría artística no puedo dejar de ver el mundo con el surrealismo hilarante del que hablaba en la canción que he descrito. No paro de decir chorradas o de pensarlas lo cual penaliza a mi entorno más de lo que debería soportar. No desentono precisamente en contextos erótico festivos y nadie diría que escribo lo que escribo. Para más inri me gusta mezclar ambos conceptos, el humor cuanto más surrealista mejor y la seriedad más oficial. Imagino al presentador del telediario ofreciendo las noticias entre palabrotas, a mis antiguos y pretigiosos profesores de universidad encorbatados dando sus clases magistrales en tanga de leopardo y untados con grasa de foca. Al final, también me gusta trasladar lo descrito a mi ideario artístico y aunque en general el tono de mi obra es monocorde en el sentido comentado la verdad es que de vez en cuando me permito algunas licencias.
No obstante, si reivindico la melancolía gamberra no lo hago desde una perspectiva creativa sino como una actitud ante la vida. Tengo dicho que la tristeza es un dolor hermoso y la melancolía casi un placer. Me refiero la tristeza suave, la que queda tras la tormenta o la derivada del mismo hecho de existir o del propio carácter. No quiero ofender a ningún lector con una gran tragedia a sus espaldas al que hablar de hermosura de sus sentimientos pueda resultarle insultante. Pero esa tristeza de baja intensidad es y ha sido siempre la gasolina de grandes producciones artísticas. Dicho esto, un servidor destina estos sentimientos para el ámbito creativo o para su fuero interno e ineludible. Creo que es un deber social procurar una sonrisa a los demás que efectivamente la merezcan, alegrarse mutuamente este paso por la tierra en la mayor medida posible. No se trata de bromear de todo y sobre todo porque hay momentos y situaciones que se deben gestionar de un modo serio y aplicado pero sí en la infinidad de instantes superficiales que caracterizan a la vida social que son casi todos.
Llegados al presente punto a este eterno escribiente le gusta ir un poco más allá todavía, mezclar los conceptos y reunir los conceptos de melancolía y cachondeo en un conjunto con resultados lo más impredecibles posibles. La melancolía me resulta imprescindible para crear y forma parte de mi patrimonio interior pero me cuido mucho de racionarla en su exposición a los demás, con frecuencia la tristura de algunos autores me resulta cursi y cargante, los hay que llegan a parecer meros complacientes de adolescentes con el móvil descolgado en habitaciones pequeñas llenas de desamores pasajeros. Me mareo de lo empalagoso que me parecen estas composiciones al servicio de la industria. Otros directamente me procuran vergüenza ajena. Por contra, siento odioso e insoportable el graciosismo eterno y reiterativo. Los chistosos oficiales a los que por imperativo social toca reirle todas las gracias. Es por todo ello que reitero mis aspiraciones mezcladoras, la guasa atemperando la melancolía interna mitigando también las expresiones con carga de profundidad. El humor absurdo conviene perfecto para fijar la mixtura, el cemento que lo consolida todo. Al final no tengo claro que con todo esto no produzca a los demás lo que algunos de ellos y por los motivos expuestos me producen a mí. Empiezo a sospechar que sí pero al menos soy coherente conmigo mismo y espero suscitar alguna vez el efecto que el palmeo trasero final entre cantante y guitarrista de Travis me produce cada vez que oigo terminar la joya "Why does it always rain on me".
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